Esa es una interrogante que no encuentra respuesta en las urnas de votación, tampoco en el discurso de Nayib Bukele desde el balcón del Palacio Nacional y menos aún, en el estropeado proceso de “recuento” que realiza el Tribunal Supremo Electoral (TSE).
En las urnas de votación hay, sin duda, una expresión de la simpatía de la población por las personas que aparecieron en las papeletas para elegir Presidencia y Diputaciones. Nayib Bukele y el partido Nuevas Ideas son los más favorecidos, esto, a la luz de las encuestas previas al 4 de febrero y a los datos disponibles sobre los resultados del denominado evento electoral.
Será permanente la polémica sobre el verdadero nivel de simpatía que lograron las personas contendientes en el proceso electoral, esto como consecuencia de los múltiples cuestionamientos al mismo, tanto por la candidatura del actual presidente, la modificación de las reglas electorales e institucionales y el pésimo papel del TSE, en todos los aspectos, incluyendo, los más importantes: realizar el conteo de los votos y proporcionar los resultados de manera precisa y oportuna, tal cual lo dice la ley.
El recuento de votos no será capaz de establecer quién ganó o perdió el 4 de febrero, tampoco qué se ganó o perdió. Únicamente definirá la simpatía hacia una u otra persona o partido político. Y es que, la campaña electoral careció de la presentación y discusión de una propuesta política sistemática sobre la sociedad que pretende construir desde el ejercicio del poder o por lo menos, propuestas concretas ante los principales problemas del país, razón por la cual, el escrutinio definitivo poco o nada dirá sobre qué significa ello para el rumbo de El Salvador. Tampoco le dará certeza a quienes asuman el gobierno sobre el nivel de apoyo con el que contarán las medidas que impulsen, pues jamás figuraron en la campaña. En igual o peor condición queda la oposición, que no pudo construir y promover una propuesta útil en el evento electoral o más allá del mismo, que sirviera de hoja de ruta, no frente al gobierno, sino de cara a la población.
La seguridad pública fue el único tema que, de algún modo, estuvo presente en la campaña del principal actor político y predilecto según todas las encuestas. Ese tema si bien es muy importante, no engloba todos y cada uno de los problemas históricos de nuestro país, de hecho, es el único tema que constantemente ha estado presente en todos los procesos electorales de los últimos 20 años y ha servido como “moneda de cambio” para obtener el respaldo del electorado, encontrando en 2024, justamente, su máximo éxito.
Las personas ganadoras o perdedoras del 4 de febrero no deben buscarse en las urnas sino en la revisión de la gestión pública, no solo de las actuales autoridades sino de quienes les precedieron.
Solo así podrá entenderse para dónde está avanzando nuestra institucionalidad y lo que implica para la vida de la población en materia de economía, igualdad, salud, alimentación, educación, empleo, vivienda, medio ambiente, participación, transparencia e inclusión, justicia, todos aspectos ausentes en las narrativas electorales a pesar de ser fundamentales para lograr una vida digna.
El 4 de febrero abrió un nuevo ciclo político en El Salvador, tan incierto como el resultado mismo de las votaciones. La sociedad tiene como reto la construcción de una institucionalidad que responda a los intereses de las amplias mayorías. Ello es una aspiración no solo ideal, sino una necesidad práctica para la convivencia en tanto que solo así se podrán canalizar los conflictos sociales de manera funcional.
Si bien el recuento no nos dirá quién ganó o perdió el 4 de febrero, sí debe ser objeto de reflexión de cara a promover la construcción de una ciudadanía informada, propositiva, capaz de identificar y exigir sus derechos, a los responsables de garantizarlos, así como las acciones necesarias para empujar a la administración pública hacia ello.
San Salvador, 13 de febrero de 2024.